Manuel Lozano estuvo paralítico en un sillón de ruedas más de la mitad de su vida.
El próximo beato Manuel Lozano Garrido, «Lolo», nació en Linares el 9 de agosto de 1920. Tras realizar el servicio militar, en 1943 comienza su invalidez, que le lleva a estar en parálisis total, en silla de ruedas, hasta su muerte, a los 51 años de edad. La imagen que la mayoría de personas tiene de Lolo es la de un enfermo asido al sillón de ruedas, en el que pasó más de la mitad de su vida. Además, sus últimos nueve años de vida también quedó ciego. Y ante esta situación, en la que más de uno hubiera cedido a la desesperación y al desaliento, Lolo resistió con una fortaleza especial. Su fuerza venía de Dios, a quien recibía diariamente en la Eucaristía y a quien se dirigía permanentemente en la oración.
Lolo describe gráficamente en una de sus obras cuales son las posturas a adoptar frente al dolor: «La de aquel que aún no ha ido más allá del escozor de su herida: “Dios me ha quitado…”. La del que acepta, sin entrar en su espíritu de actividad santificante: “Dios me ha pedido…”. Y la de aquel que, comprendiendo el valor comunitario del sufrimiento, se da de lleno al ideal de redención: “Señor, te ofrezco…”». Y Lolo tomó esta última opción: ofreció por completo su dolorosa enfermedad a Dios. Lolo era muy consciente de sus limitaciones. Hasta llegó a afirmar «Mi profesión: inválido». Y es tal su invalidez que día a día va perdiendo todos sus movimientos. Su cuerpo se va convirtiendo progresivamente en un amasijo retorcido de huesos doloridos.
Las fotografías que recogen a Lolo sentado en el sillón de ruedas dan fe de este progresivo deterioro de la salud, con una inclinación de la cabeza hacia delante y unas extremidades que se van atrofiando. Cuando pierde la movilidad en la mano derecha, Lolo va a aprender con constancia a escribir con la izquierda. Y cuando ya no podía coger el bolígrafo, nos cuenta su hermana Luci que se lo ataban con una cuerdecita a la mano. Y cuando definitivamente la parálisis impide toda actividad con las manos, Lolo le dictará a Luci sus textos y con un magnetófono seguirá siendo el periodista incansable al que la enfermedad no puede torpedear su proyecto de ser heraldo de la verdad. Todo por mantener con perseverancia su actividad periodística en la que se propuso ser «micrófono de Cristo» para difundir los valores del evangelio.
Pero lo que más sobresale de este doloroso estado es la actitud con la que Lolo asume su dolor. Nunca se queja. Él tenía un principio que le hacía sentirse permanente optimista. Decía «el amor me lo endulza todo». Sabe que la enfermedad es su propia vocación. Manuel Lozano convirtió su dolor en un instrumento de apostolado entre los enfermos con un lema impresionante: «Cuanto más sufro cada día más amo al hombre». Y quiso ofrecer a Dios su sufrimiento. Y también el sufrimiento de otros enfermos. En la sede nacional de las Obras Misionales Pontificias está apareciendo una interesante documentación en la que se puede observar cómo Lolo participó en la iniciativa de enfermos misioneros.
Desde su sillón de ruedas, Lolo fundó una obra pía, llamada «Sinaí», con la que creó grupos de oración para apoyar a los periodistas en su tarea. Eran grupos de doce enfermos, que junto a un monasterio de clausura, se proponen rezar por un concreto medio de comunicación social. Lolo agrupará hasta trescientos enfermos a los que anima y alienta a través de una publicación mensual para que den a su dolor un sentido de ofrenda. Así, esos enfermos se convierten en apoyo y aliento desde la fe para los que tiene la responsabilidad de informar a la sociedad a través de los medios de comunicación.
El próximo doce de junio, Lolo va a subir a la gloria de los altares en un sillón de ruedas. El cardenal Javierre, en una conferencia, dijo algo que resume bien esa unión de Lolo con su enfermedad: «no me consta de precedentes de una subida en silla de ruedas; por ello me encanta pensar que la Providencia haya reservado a Lolo el privilegio de semejante primado».
Lolo describe gráficamente en una de sus obras cuales son las posturas a adoptar frente al dolor: «La de aquel que aún no ha ido más allá del escozor de su herida: “Dios me ha quitado…”. La del que acepta, sin entrar en su espíritu de actividad santificante: “Dios me ha pedido…”. Y la de aquel que, comprendiendo el valor comunitario del sufrimiento, se da de lleno al ideal de redención: “Señor, te ofrezco…”». Y Lolo tomó esta última opción: ofreció por completo su dolorosa enfermedad a Dios. Lolo era muy consciente de sus limitaciones. Hasta llegó a afirmar «Mi profesión: inválido». Y es tal su invalidez que día a día va perdiendo todos sus movimientos. Su cuerpo se va convirtiendo progresivamente en un amasijo retorcido de huesos doloridos.
Las fotografías que recogen a Lolo sentado en el sillón de ruedas dan fe de este progresivo deterioro de la salud, con una inclinación de la cabeza hacia delante y unas extremidades que se van atrofiando. Cuando pierde la movilidad en la mano derecha, Lolo va a aprender con constancia a escribir con la izquierda. Y cuando ya no podía coger el bolígrafo, nos cuenta su hermana Luci que se lo ataban con una cuerdecita a la mano. Y cuando definitivamente la parálisis impide toda actividad con las manos, Lolo le dictará a Luci sus textos y con un magnetófono seguirá siendo el periodista incansable al que la enfermedad no puede torpedear su proyecto de ser heraldo de la verdad. Todo por mantener con perseverancia su actividad periodística en la que se propuso ser «micrófono de Cristo» para difundir los valores del evangelio.
Pero lo que más sobresale de este doloroso estado es la actitud con la que Lolo asume su dolor. Nunca se queja. Él tenía un principio que le hacía sentirse permanente optimista. Decía «el amor me lo endulza todo». Sabe que la enfermedad es su propia vocación. Manuel Lozano convirtió su dolor en un instrumento de apostolado entre los enfermos con un lema impresionante: «Cuanto más sufro cada día más amo al hombre». Y quiso ofrecer a Dios su sufrimiento. Y también el sufrimiento de otros enfermos. En la sede nacional de las Obras Misionales Pontificias está apareciendo una interesante documentación en la que se puede observar cómo Lolo participó en la iniciativa de enfermos misioneros.
Desde su sillón de ruedas, Lolo fundó una obra pía, llamada «Sinaí», con la que creó grupos de oración para apoyar a los periodistas en su tarea. Eran grupos de doce enfermos, que junto a un monasterio de clausura, se proponen rezar por un concreto medio de comunicación social. Lolo agrupará hasta trescientos enfermos a los que anima y alienta a través de una publicación mensual para que den a su dolor un sentido de ofrenda. Así, esos enfermos se convierten en apoyo y aliento desde la fe para los que tiene la responsabilidad de informar a la sociedad a través de los medios de comunicación.
El próximo doce de junio, Lolo va a subir a la gloria de los altares en un sillón de ruedas. El cardenal Javierre, en una conferencia, dijo algo que resume bien esa unión de Lolo con su enfermedad: «no me consta de precedentes de una subida en silla de ruedas; por ello me encanta pensar que la Providencia haya reservado a Lolo el privilegio de semejante primado».
Antonio Garrido de la Torre, 08/06/2010