El día 12 de junio de 2010, concluye una cadena de hermosos y providenciales acontecimientos en mi vida insertados en la figura de Manuel Lozano Garrido: nuestro entrañable, querido y admirado Lolo.
Cristo mío… ¿Cómo agradecerte la dicha de haberme puesto en medio del proceso de su beatificación para poder beber de la fuente de su inagotable derroche de amor hacia Ti?
¿Cómo ser capaz de digerir tanta Cristología encarnada en un desecho de huesos retorcidos y ciegos, encadenados a las ruedas de un sillón?
Y… sin embargo, tan misionero, tan cercano, tan atrayente.
Este Lolo, traspasado por la lanza, como Tú, fue tan Cristo, mi Señor, fue tan igual su pasión a la Tuya, que hasta la tierra tembló y el cielo se derramó al concluir la ceremonia de su beatificación, como si de un Gólgota se tratara.
A Lolo le gustaba el agua. Le calmaba los picores de su tabernáculo maltrecho.
Pero el agua, para Lolo, también era Tu presencia, mi Señor, porque calmabas su sed. Porque, en regando su alma, él crecía en talento, en paz y esperanza.
Agua que recorría cada rincón de sus sueños y hacía brotar los más nobles pensamientos.
Esa agua salpicaba a todos los que llamaban a su puerta, siempre entreabierta, lista para empujarla y entrar.
Agua que, lavando sus caídas, descubría su humildad.
Lolo rechazó siempre el boato y las grandezas.
Y por eso, en ese sábado bendecido, el agua fue la encargada de arrasar ostentaciones y presentar ante Dios su santidad limpia, pura, sin más galardón que un tímido rayo de sol que, entre nubes, asomaba en el momento esperado de subida a los altares.
Agua que también puso a prueba la fidelidad de un pueblo que, lleno de ardiente emoción, se abrió en un mar de colores, permaneciendo empapados de profunda y serena oración.
Agua que, esparciéndose, corría por todos los secretos de su tierra, tan querida, como si quisiera limpiar todo aquello que la inquietara.
¡Bendita lluvia rezada!
¡Bendito mojarse el día!
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, bendito por siempre seas, testigo y santo de la alegría.
¿Cómo ser capaz de digerir tanta Cristología encarnada en un desecho de huesos retorcidos y ciegos, encadenados a las ruedas de un sillón?
Y… sin embargo, tan misionero, tan cercano, tan atrayente.
Este Lolo, traspasado por la lanza, como Tú, fue tan Cristo, mi Señor, fue tan igual su pasión a la Tuya, que hasta la tierra tembló y el cielo se derramó al concluir la ceremonia de su beatificación, como si de un Gólgota se tratara.
A Lolo le gustaba el agua. Le calmaba los picores de su tabernáculo maltrecho.
Pero el agua, para Lolo, también era Tu presencia, mi Señor, porque calmabas su sed. Porque, en regando su alma, él crecía en talento, en paz y esperanza.
Agua que recorría cada rincón de sus sueños y hacía brotar los más nobles pensamientos.
Esa agua salpicaba a todos los que llamaban a su puerta, siempre entreabierta, lista para empujarla y entrar.
Agua que, lavando sus caídas, descubría su humildad.
Lolo rechazó siempre el boato y las grandezas.
Y por eso, en ese sábado bendecido, el agua fue la encargada de arrasar ostentaciones y presentar ante Dios su santidad limpia, pura, sin más galardón que un tímido rayo de sol que, entre nubes, asomaba en el momento esperado de subida a los altares.
Agua que también puso a prueba la fidelidad de un pueblo que, lleno de ardiente emoción, se abrió en un mar de colores, permaneciendo empapados de profunda y serena oración.
Agua que, esparciéndose, corría por todos los secretos de su tierra, tan querida, como si quisiera limpiar todo aquello que la inquietara.
¡Bendita lluvia rezada!
¡Bendito mojarse el día!
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, bendito por siempre seas, testigo y santo de la alegría.
Testimonio, 24/06/2010