martes, 15 de junio de 2010

El dolor y sufrimiento, lugar de Evangelización. ¿Es posible en la sociedad del bienestar?

Publicamos a continuación las conclusiones de la Conferencia que Monseñor José L. Redrado, Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, impartió el pasado 10 de junio, en Jaén, con motivo de la Beatificación de Manuel Lozano Garrido, Lolo.

Conclusión

Sufrimiento y amor: un encuentro fecundo

Es una gran realidad la afirmación que encontramos en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos” (n. 41).

Esto tenía gran validez para los primeros cristianos por su fe viva y activa pero es y debe ser válido también en la Iglesia de hoy, sobre todo para el sufrimiento, como campo privilegiado para generar testimonio, para evangelizar.

El Cardenal Fiorenzo Angelini delineó bien la importancia del sufrimiento como generador de vida cuando es compartido: “Es dolor que puede generar vida lo que proviene del compartir el sufrimiento del otro, mediante la capacidad de poner al servicio de los demás la gran lección recibida de nuestro sufrir personal”. “La convicción del valor del sufrimiento unido al amor favorece un encuentro de extraordinaria fecundidad espiritual”.

El Evangelio, que es escuela de amor, como Dios es amor, es también escuela de fuerza en el sufrimiento. El hombre y también la Iglesia sufre; cada persona debe afrontar la propia cruz y cada cristiano está invitado por Cristo a recorrer un camino de doble vía: “la de asumir y compartir con El su dolor, y la de la generosidad ayudando a los demás a llevar su cruz”.
Por esto el mundo de la salud y de la enfermedad son un terreno privilegiado de testimonio de la nueva evangelización, porque el sufrimiento humano – lo repito con las mismas palabras del Papa – no tiene otro objetivo sino el de “expandir amor, para hacer nacer obras de amor hacia el prójimo, para transformar toda la civilización humana en la civilización del amor”.

“Amados enfermos, sabed encontrar en el amor ‘el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a todos vuestros interrogantes’ (Carta Ap. Salvifici doloris, n. 31). Vuestra misión es de altísimo valor tanto para la Iglesia como para la sociedad. ‘Vosotros que lleváis el peso del sufrimiento estáis en los primeros puestos que corresponden a los que ama el Señor. Del mismo modo como hizo a todos los que El encontró en los caminos de la Palestina, Jesús os ha dirigido una mirada llena de ternura; su amor nunca disminuirá’ (Discurso a los enfermos y a los que sufren, Tours, 21 de setiembre de 1996, 2, en L'Osservatore Romano 23/24 de setiembre de 1996, p.4). Sed testigos generosos de este amor privilegiado a través del don de vuestro sufrimiento, de grande alcance para la salvación del género humano”.

Sí, realmente son innumerables los testimonios en materia de sufrimiento; basta acercarnos a los hospitales o entrar en muchas casas, donde numerosas familias desde hace años asisten a una persona querida enferma para darnos cuenta de la fuerza del sufrimiento para cambiar y transformar a las personas, para dar testimonio y decir a los demás que el Señor es bueno y que la fuerza del ser humano no siempre coincide con una buena salud, pero que incluso en la debilidad, en la enfermedad él puede manifestar una gran fuerza.

Si en la vida práctica abunda este tipo de ejemplos, a veces escondidos, no menos copiosa es la literatura que narra por escrito estas vidas.

Termino con una frase del Papa Benedicto XVI y un episodio hebreo.

Primero la frase del Papa que dice así: “¡Venga tu reino: Si el amado, el amor, el más grande don de mi vida, me es cercano, si puedo estar convencido que quien me ama está cerca de mí, aunque esté afligido, queda en el fondo del corazón la alegría que es más grande que todos los sufrimientos” (4 octubre 2005).

Y ahora, como final, una narración hebrea:
“Un episodio hebreo narra que un discípulo preguntó a su maestro:
¿Por qué los buenos sufren más que los malos?
El maestro respondió:
Escucha, un hombre tenía dos vacas, una fuerte y otra débil: ¿a cuál    de las dos le puso el yugo?
Obviamente a aquella más fuerte, respondió el discípulo.
El maestro concluyó:
Lo mismo hace el Misericordioso; para que el mundo siga adelante pone el yugo a los buenos”
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Mons. José Luis Redrado, 15/06/2010
 Fuente: beatificaciondelolo.es