“Si mi corazón conserva una galería de criaturas que tienen las manos abiertas y soy capaz de ir sacando más rosas que espinas del pasado;
Si me llenan más las luces que las sombras, las risas que las lágrimas, las ilusiones que los desengaños;
si tomo el futuro con billete de esperanza y lo guardo en la maleta atiborrada de fe y de mansedumbre;
Si saboreo el gozo del instante sin el virus del ayer o la quimera del mañana;
si confieso un error, me abro a un consejo, o me brindo a una ayuda;
Si tanto me doy de mí que una tarde siento una sensación como de haber salido, no estoy solo.
No estoy solo cuando alguien se muerde una lágrima para tomar la del otro; cuando el peso del mundo entero parece que doblega unos hombros y, sin embargo, no cae.
No estoy solo cuando hay quien sigue un llamamiento, se apropia una ración del dolor del mundo, traspasa una consolación que necesitaba, perdona un gran agravio, ahoga el resentimiento, espiga las rosas del corazón.
No estoy solo en la tremenda soledad del hombre que vive solo, porque ya no hay olivos con sangre desde que Cristo agonizó entre otros radicalmente solitarios.
No estoy solo, porque en el mundo no hay un hueco sin la presencia de Dios, ni un pozo donde no se refleje la estrella de un destino.
No estoy solo si me acompañan los limpios pensamientos, los bellos recuerdos, las alegres ilusiones, las esperanzas.
No estoy solo sin hombres o con hombres, a la noche o en el campo, en la vida o en la muerte, con luces o en sombras, porque Dios me ha hecho elemento de una malla que a todos nos une, para salvarnos. (Manuel Lozano Garrido,LAS ESTRELLAS SE VEN DE NOCHE, p. 40)