Poema escrito para Lolo por Rafael Santos, de Obras Misionales Pontificias.
Según Lucy, la hermana de Manuel Lozano Garrido que le cuidó los veintiocho años que estuvo inmovilizado por la enfermedad, Lolo, de pequeño, “se subía por los tejados para ir a la Acción Católica, porque le venía así más cerca y no quería dar la vuelta”.
Sabiendo el Señor los casi treinta años que ibas a pasar en silla de ruedas
—y lo sabía porque Él mismo los iba a pasar allí contigo—,
te concedió que pudieras cruzar de tejado en tejado
para ir a la Acción Católica, donde tú y tus amigos os reuníais con Él.
Es un extraño privilegio nunca otorgado antes
a santo, beato o venerable alguno.
Nacido para saltar de alegría,
te dedicaste entonces a la afición –firmemente desaconsejada por las madres–
de buscar a Dios por los terrados del pueblo,
así como a la tarea –que las golondrinas recomiendan vivamente–
de encontrarle mientras se ve atardecer entre las chimeneas.
Funámbulo de Cristo por las terrazas,
con tus dolores aún bien doblados y guardados en un bolsillo,
tal vez soñaste hablar de la Eucaristía y de la Virgen
en esos raros lugares nunca hollados antes
por misionero, evangelizador o catequista alguno.
Tu coartada, es verdad, era ingeniosa:
“Lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde las azoteas”.
Y como San Francisco predicó a los pájaros y San Antonio a los peces,
quién sabe si no predicaste tú a los gatos,
de tejado en tejado, por Linares.
Sabiendo el Señor los casi treinta años que ibas a pasar en silla de ruedas
—y lo sabía porque Él mismo los iba a pasar allí contigo—,
te concedió que pudieras cruzar de tejado en tejado
para ir a la Acción Católica, donde tú y tus amigos os reuníais con Él.
Es un extraño privilegio nunca otorgado antes
a santo, beato o venerable alguno.
Nacido para saltar de alegría,
te dedicaste entonces a la afición –firmemente desaconsejada por las madres–
de buscar a Dios por los terrados del pueblo,
así como a la tarea –que las golondrinas recomiendan vivamente–
de encontrarle mientras se ve atardecer entre las chimeneas.
Funámbulo de Cristo por las terrazas,
con tus dolores aún bien doblados y guardados en un bolsillo,
tal vez soñaste hablar de la Eucaristía y de la Virgen
en esos raros lugares nunca hollados antes
por misionero, evangelizador o catequista alguno.
Tu coartada, es verdad, era ingeniosa:
“Lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde las azoteas”.
Y como San Francisco predicó a los pájaros y San Antonio a los peces,
quién sabe si no predicaste tú a los gatos,
de tejado en tejado, por Linares.
Rafael Santos Barba, 02/07/2010