Estoy ante Ti, Señor, en este instante fugaz, a caballo de dos tiempos. Hace frío y luce ahora un raro crepitar de estrellas. Se diría que todo descansa, pero el silencio de ahora nace de una duermevela electrizante.
¿Ves, Señor? En tus plazas y pueblos se han congregado muchedumbres con las frentes en alto; pero Tú no te hagas ilusiones, porque esos ojos que se desorbitan de ansiedad están hoy polarizados apenas por la estricta circunvalación de un reloj.
Es absurdo, mi Cristo, pero así es. “Entonces –dirás- ¿es que al fin se reúnen para amarse?”. No; en el fondo, esas células que integran lo que se llama la multitud tienen entre sí la repelencia de lo egocéntrico. Para ellos, en la autopista del tiempo corren hoy sólo dos leves saetas la carrera de lo personal. Apenas cuando crucen conjuntamente la cinta de las doce, oirás el estruendo con que cada uno festeja el aparente hallazgo de un seguro de vida.
Para entonces, quiero ofrendarte mi súplica.
He oído ya la puesta en marcha de una sonajería, y el martillo de bronce está en alto para la danza de las horas y el rigodón de la vida. En su honor, barrena ya la noche la pacífica metralla del champán y de lo que pudo ser tu sangre, el vino. Pero antes que, con las burbujas, tolera que te envíe, como doce recursos de urgencia, los telegramas de otras tantas súplicas para cada una de las doce campanadas que inician el año.
¿Ves, Señor? En tus plazas y pueblos se han congregado muchedumbres con las frentes en alto; pero Tú no te hagas ilusiones, porque esos ojos que se desorbitan de ansiedad están hoy polarizados apenas por la estricta circunvalación de un reloj.
Es absurdo, mi Cristo, pero así es. “Entonces –dirás- ¿es que al fin se reúnen para amarse?”. No; en el fondo, esas células que integran lo que se llama la multitud tienen entre sí la repelencia de lo egocéntrico. Para ellos, en la autopista del tiempo corren hoy sólo dos leves saetas la carrera de lo personal. Apenas cuando crucen conjuntamente la cinta de las doce, oirás el estruendo con que cada uno festeja el aparente hallazgo de un seguro de vida.
Para entonces, quiero ofrendarte mi súplica.
He oído ya la puesta en marcha de una sonajería, y el martillo de bronce está en alto para la danza de las horas y el rigodón de la vida. En su honor, barrena ya la noche la pacífica metralla del champán y de lo que pudo ser tu sangre, el vino. Pero antes que, con las burbujas, tolera que te envíe, como doce recursos de urgencia, los telegramas de otras tantas súplicas para cada una de las doce campanadas que inician el año.