martes, 24 de agosto de 2010

Carta de Lolo a sus hermanos


Una joya de ternura y cariño. Carta del Beato Manuel Lozano Garrido escrita a sus hermanos, cuando estaba en el servicio militar en Madrid (1942)
... No pasa un minuto que no esté pensando en mis queridísimos hermanos a los que quiero ya con locura. Quisiera yo que vierais las veces que miro al día vuestros retratos, los voy a gastar de tanto tocarlos.

Lo que debéis de hacer es no comprarme los pantalones y esperar a que Pepe los mande, así os ahorráis de ese gasto.

Cuando os acabe de escribir lo voy a hacer al gordísimo de Pepe, quisiera yo, que en vez de ser yo el que se fuera cerca de vosotros lo fuera nuestro Pepillo porque yo puedo pasar un poco más separado de vosotros, pero él, es mucho el tiempo que se fue y muchas también las ganas que tiene de veros.
Ayer me escribió un primo de X… que lo ha reclamado éste, le han aprobado en los exámenes (de policía) y dice que seguramente le destinarán a Linares, Jaén, Baza o Almería; figurarse qué bien, si yo tuviese la suerte de que me llamasen a exámenes y aprobase, ya estáis viendo el destino que me esperaba.

No hago nada más que pensar en mis hermanos y cada día estoy más contento porque estoy viendo que me quieren con locura, como yo a ellos.

¿Recibió Lucí mi carta? Contestadme en unión de Antonio Luis. Al chico un estirón de orejas de los que le daba Expecta, que dé un aullido que le oiga yo.

Ayer os escribí dos tarjetas y hoy esta carta, no quiero que pase un solo día sin poneros aunque sean unas cuantas letras. Yo sé que lo mismo hacéis vosotros. Un abrazo de vuestro hermano que os quiere con locura.
Lolo.
webmaster, 22/08/2010

lunes, 9 de agosto de 2010

Cumpleaños

9 de Agosto de 1920, nacimiento de Lolo.
Se cumplen 90 años del nacimiento del Beato Manuel Lozano Garrido.

5 de Septiembre.
Fue Bautizado Lolo.
En la parroquia Santa María de Linares (Jaén, España).


Aconsejamos la visita para venerar los restos del Beato Lolo
en la parroquia de Santa María de Linares (Tlf. 953691759)


viernes, 6 de agosto de 2010

Un periodista a los Altares


Vivió nuestro héroe cincuenta y un años en la franja central del siglo XX (1920-1971), quinto de siete hermanos, en una familia acomodada, unida y creyente.

No están hoy muy de moda, que digamos, los viejos valores del idealismo, el heroísmo, el sacrificio por las grandes causas y menos aún, el fracaso y la muerte con la frente en alto. Invito, no obstante, a quienes quieran acompañarme, a conocer de cerca la fascinante figura de Manuel Lozano Garrido, Lolo por mas señas, quien va a ser beatificado este sábado por el Cardenal Amato, Delegado pontificio, en Linares, su pueblo natal. Lo haré de la mano amiga de sus acreditados biógrafos, Andrés Molina Prieto y Juan Rubio Fernández, sin pagarles derechos de autor.

Acudo al Evangelio para dividir la historia de Lolo, como la de Jesús, en Vida oculta y Vida pública. La oculta abarcará su infancia, adolescencia y primera juventud, mientras que, paradójicamente, en la pública -la mitad de sus días- vivirá enclaustrado entre cuatro paredes, de la cama al carrito, con billete de vuelta. Digo paradójicamente porque en esas condiciones desplegaría Lolo su intensa producción literaria, con nueve libros, unos quinientos artículos y cartas muy numerosas, de alguna de las cuales fui destinatario. Vivió nuestro héroe cincuenta y un años en la franja central del siglo XX (1920-1971), quinto de siete hermanos, en una familia acomodada, unida y creyente. Cursó Primaria con los Padres escolapios y recibió una educación esmerada, entre los ejemplos de casa y las enseñanzas del colegio. Se le recordaría siempre como un chico dócil, alegre, avispado y creativo, con atisbos de líder. Tal era el rostro feliz de la familia; pero con el reverso triste de cuatro muertes muy cercanas.

Durante sus estudios de bachillerato en el Instituto público de Linares, en los primeros años 30, viviendo aún su abuelo y su madre, Lolo se abrió a una cordial relación de amistad con sus compañeros y profesores. De él recuerda su amigo de infancia, Juan Sánchez Caballero, que «era fuerte, ancho y poco pensador, hasta que le llegó la enfermedad... Un estudiante, normal, aficionado a la lectura, que seguía con interés los programas de radio y en el fútbol era el mejor extremo izquierdo de su clase».

Vivió durante esos años Lozano Garrido una experiencia interior, tan alegre como profunda, por su entrada en el grupo juvenil de la Acción Católica, fundado allí por un cura insigne, don Emilio Bellón. Este y otros encontraron en aquel muchacho un campo bien abonado, su buen natural, educación esmerada, fibra religiosa y grandeza de alma; candidato ideal para el seguimiento de Cristo y la llamada a la santidad. Los y las jóvenes de la Acción Católica española vivían por entonces su momento cenital, paralelo, ¡quien lo dijera!, a la Segunda Republica y a su visceral obsesión contra la Iglesia. Todos vibraban con la hermosa estrofa de su himno: «Llevar almas de joven a Cristo, inyectar en los pechos la fe, ser apóstol o mártir acaso, mis banderas me enseñan a ser.»
  A sus 16 años estalla la Guerra Civil y, desde julio del 36 a febrero del 38, Lolo permanece con cuatro hermanos en su casa familiar -zona republicana-, adonde acuden secretamente sus amigos a llorar y rezar por los fusilados y a recibir la Eucaristía, que Lolo llevara después a los enfermos de fuera. De enero a abril del 38 es apresado con los mayores y permanecerá en la cárcel ese trimestre, de apoyo y alegría a los reclusos, que no lo olvidarían nunca. Cumple 18 años y es destinado al frente de Motril en la Alpujarra granadina. Duras carencias de los soldados, buen compañerismo, rezo y oración silenciosa en aquellas gélidas serranías; y destino final en el Servicio de Transmisiones, en una cueva húmeda, donde sintió los primeros dolores de rodilla, presagio de tantos sufrimientos.

Fin de la guerra, vuelta a Linares, dispersión de los hermanos, termina el bachillerato; y, ante todo, asume con energía la renovación del Centro de Acción Católica. Publica en 1940 su primer artículo en la revista Cruzada y empieza a sentir el gusanillo de escribir. En enero de 1942, de nuevo a la mili, ahora en un Cuartel de Intendencia de Madrid, donde enseguida se dan la mano la milicia y la enfermedad. El cuerpo se agarrota y los dolores arrecian. Trasladado al hospital de Carabanchel, consuela a los enfermos más graves que el. Mientras, sus seis meses de exploración y tratamientos- tropiezan con los dolores rebeldes; hasta que el 20 de mayo de 1943 es declarado oficialmente inútil. Final de la vida oculta. Regresa paralítico a Linares y ocupa una habitación del tercero en su casa familiar, desde la que contempla el cielo azul y la noche estrellada, a mas de seguir, como Bécquer, el vuelo fugaz de las golondrinas; y, a corta distancia, por un ventanal de la cercana Iglesia parroquial divisaba al fondo el Sagrario, y adoraba, con el alma arrodillada, el Misterio eucarístico. Era esa la veta mística de donde manaba su alegría de vivir. Mas su secreto era otro. Oigámosle: «Desde los 22 años he tenido el dolor sobre la carne, minuto a minuto. De noche incluso seguían unas terribles pesadillas, en las que el punto de partida era siempre algún dolor del organismo». Y aclara en otra parte su pensamiento: «Todos somos enfermos, con nuestras obras de almendro en flor o momentos de caída de las hojas; pero también un Dios rutilante brilla siempre al fondo de todos los sucesos. Sobre un sillón de ruedas, con medicinas o en silencio, yo también siento su actividad vivificante. Es lo que importa». ¿Cómo no evocar aquí lo de Varan de dolores, de Isaías sobre Cristo, y la Llama de amor viva, de San Juan de la Cruz, su vecino de Baeza?

Volvamos al sillón de ruedas, que da título a su primer libro, para decir que el sillón era una Cátedra desde la que Lozano Garrido impartió altas lecciones de sabiduría de la Cruz. El mismo manifestó ese propósito en su libro Reportajes desde la cumbre, transido de profunda espiritualidad: «Lo que busco es dar acceso al hombre de hoy de la vitalidad, frescura y atracci6n del Sermón de la Montana, valiéndome de ese cuarto poder que es la noticia». La noticia. Lolo era de los que creían que si San Pablo volviera al mundo sería hoy, sin duda, periodista. El lo fue, a la vez, frustrado y galardonado porque, sin titulación profesional ni en plantilla de ninguna redacción, actuó siempre como periodista, de la cabeza a los pies. No tanto por sus artículos de años en las revistas locales, Cruzada y Cruz de guía, y en el Diario de Jaén, mas sus colaboraciones en el semanario Vida Nueva y otras revistas nacionales, cuanto por sus Diarios Íntimos, que recogían los latidos de la sociedad y de la Iglesia y que dieron cuerpo después a los nueve libros que no puedo reseñar aquí. Prologados por firmas de renombre, reeditados muchos de ellos, con eco en la prensa nacional, incluido ABC, obtuvo premios importantes, o fue finalista en doce concursos periodísticos. Si se exprimieran sus libros como un limón, brotaría de todos ellos un chorro de esperanza.

Posdata: si yo fuera Papa -no hay peligro-, canonizaría también a dos personas vivas todavía: a su hermana Lucía, que le dio su vida entera, y al sacerdote don Rafael Higueras, que le acompañó en vida y ha dedicado la suya a su Causa de Beatificación.
Antonio Montero Moreno,
Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz
Antonio Montero Moreno, 06/08/2010

miércoles, 4 de agosto de 2010

Encrucijada para la sed y el hambre

Tiene Cockempot un título - Salmos de la sed - que es de por sí toda una recesión biográfica de un estado anímico. Y en Montherlan hay un aullido: “¡No hay más que una preparación para la muerte, y es la de estar ahítos! De alma, de corazón, de espíritu ¡Y de carne!”, que, aunque brutal y abyecto, es también una manera espontánea de manifestar las vivencias íntimas del ser.

Entre el uno y el otro, toda una gama multifacética colorea las diversas actitudes del hombre frente a la clara e inconclusa verdad de su existencia. Y todas ellas, pese a la antipática disparidad de sus secuencias, se podrían conjugar en la determinante de estas dos palabras: sed y hambre. Porque, como un trasunto de lo fisiológico a lo espiritual, el empuje ardoroso de estas dos palabras - sed y hambre – viene jalonando el largo camino de la humanidad desde la aventura del Paraíso hasta el babélico conglomerado actual del mundo. Eterna sed y eterna hambre constitutivas esencias del hombre impuestas por Dios y tan necesarias que Él mismo no dudó padecer en su sublime tránsito redentor.

No son, de por sí, sed y hambre metas indeclinables de un destino. Ni está la vida en sortear su choque y su posesión. Pero sí, destino y vida verdaderos llegan inexorablemente cuando, pisando recio sobre un camino luminoso, se anhelan fuentes cristalinas y en el corazón hambrea la vitalidad de un convite perdurable.

En su raíz es idéntico el punto de partida de todas las almas, pero en su desarrollo, es la voluntad soberana la que, dueña de estas esencias naturales, marca el ritmo que bifurca los distintos caminos. A veces lo hace atraído por el señuelo de una fuerza alucinante; a veces también, esta fuerza es capaz de iniciar el comienzo de una nueva edad; para el bien por la humildad y el amor, o para el diablo por la soberbia y el odio.

Pero siempre, la felicidad estará solamente en aclarar, al primer golpe de vista, donde está la Luz meridiana y saber emparejarse bajo su bandera.

Saber elegir, o rectificar, cuando la elección fue falsa, es estar en camino de salvación.
Porque hemos recostado a la voluntad en un festín de pecados capitales, está la paz inaprensible y lejana.

La paz es hoy el tizón de un deseo que requema las entrañas de la Humanidad; pero un tizón que opera insensible porque la voluntad hace tiempo que eligió y hoy sestea en la molicie de un fuego de codicia, de lujuria o de soberbia.

Ahora, precisamente cuando la Luz ha llegado a hacerse meridianamente cegadora, el hombre ha levantado el valladar de su soberbia para dormitar en una cantinela de ¡paz, paz, paz! Infecunda porque le falta la decisión íntima precisa para alcanzarla.

El camino de la paz y su sentido es una verdad que, a fuerza de autenticidad, es deliciosa y tremendamente sencilla; la única, auténtica y perdurable paz, está en la efusión entrañable con Cristo, porque a lo que a la fuerza mínima del hombre es inabarcable, lo allana la omnipotencia taumatúrgica de un Dios que se hizo carne para hacernos asequible por la vía del amor el camino del Cielo.

Los males del siglo radican esencialmente en un egoísmo concentrado y en el tremebundo distanciamiento de la Eucaristía. Para salvarse es preciso que la humanidad dé marcha atrás en su elección de un camino ficticio. Hay que aclarar los ojos, vidriados por la soberbia, para fijarlos en ese rincón tan cercano - ¡y tan lejos, Dios mío! - donde campea la Espiga Eterna de la Paz, Cristo Hostia, única meta capaz de saciar por toda una eternidad la sed y el hambre del mundo. Lo dijo Él con su verbo "Yo soy el pan de la vida; y quien viene a mí no sentirá hambre y quien cree en mí no sentirá sed jamás". Hay, pues, que rendir los corazones con la actitud y la súplica del poeta: "Como ciervos sedientos que van hacia la fuente, vamos hacia tu encuentro sabiendo que vendrás".

Porque Cristo, y con Él la Paz, vendrá y se nos dará ineludiblemente. Está ya ahí a solo un paso de la declinación humilde de nuestro egoísmo, en la encrucijada de nuestra sed y nuestra hambre, salvando la infinita distancia de un Dios majestuoso y justiciero bajo los humildes ropajes de un Dios escondido.

Sí; estás ya ahí, Señor, con la paz inédita, el gozo latente, la felicidad a punto, eternizando en la Eucaristía ese tu gesto secular de amor crucificado para que por tu "Tomad y comed...; Tomad y bebed" sea posible la purificación y divinización de nuestra pobre existencia angustiada.

¿Para cuando, Jesús nuestro, para cuando esa gotita ínfima - primicias del gran retorno – de nuestro yo en el piélago sin límites de tu poderío?
Beato Manuel Lozano Garrido,

domingo, 1 de agosto de 2010

Oración ante una mano agujereada

Sobre la cabecera de mi cama hay un crucifijo muy grande. Desde hace unos días vengo notando que tiene flojo uno de los clavos y al fin me he dicho "de hoy no pasa". En efecto, ahora le tengo ya sobre la mesa camilla y, uno a uno, he ido desprendiendo los tres, y ya los guardo dentro de la mano.


La verdad es que nunca, Jesús, me he visto tan cerca de tu figura. Tan juntos estamos que se me ha ocurrido que el ventanal de tus manos son unas buenas lentes, las mejores, para ver y certificar la verdad del mundo.

Uno va a las esculturas que dejaron alguna huella en la sensibilidad del mundo y se queda con cierta gracia que se desconcha por la fuerza de tu testimonio. "El Pensador" de Rodín es un hombre "recipiente" que, incluso, ha de apuntalar con la mano en la barbilla su debilidad de criatura cerrada; "El Discóbolo" de Mirón está quieto en un puro narcisismo de los músculos; "El Moisés" de Miguel Ángel sí es ya un personaje que "se sale", pero lo que se derrama es un duro centellear de Júpiter que truena.

Lo tuyo es otra cosa, aparte de que no eres una estatua, sino algo muy profundo, prolongado y hasta eternamente vivo. Alientas tan dado, tan hacia fuera, que te manifestaste desnudo, para no quedarte siquiera con una hilacha. Tus costillas están al viento; es más, tu pecho tiene un boquete de aire para dar salida al corazón y no se amortigüe la ternura cuando una cabeza busque apoyo.

Puestos a elegir…, a ver si hay una postura de amor más sincera que la de los brazos abiertos. Así, los dos en línea recta y con las palmas hacia delante se está en las estaciones de ferrocarril, cuando el hijo llega de la mili o cuando esperamos a la mujer que viene de operarse, y en el quicio de la puerta, al amanecer, adivinando el punto lejano que se acerca por el camino y adelantándole la prodigalidad de un padre. Tú, más Padre que ninguno, así por siempre y, para que no se cansen y pongan dudas los siglos, atornillado por los clavos para marcar bien las perpendiculares. Miserable de mí que me apego a un mechero de butano, al lapicero de cuatro colores y a los dos azucarillos del café, cuando Tú, de haber fumado, no hubieras podido disponer ni del cigarrillo de los condenados. Dime: ¿Dónde tienes los bolsillos? ¿Con qué te abrigas si hace frío? ¿No te va a dar fiebre si hasta has despilfarrado toda la sangre?

Tu palma agujereada un símbolo
Todo lo que pienso y eres viene a resumirse en tu mano. Tu palma agujereada viene a ser algo así como la insignia del Madrid o el Barça que el hincha lleva en la solapa, salvo que esto es, en el terreno sobrenatural, un símbolo. Yo, ahora, te cojo con mucho mimo por la muñeca y ya no veo sino el tremendo hoyo que te han hecho. Es como una alcancía al revés, donde las monedas salen y andan fuera como Juan por su casa. Lo que quiere decir que el que se asome a tus heridas ha de contar ya con que eres un hombre sin "blanca".

Como toda la riqueza se ha escanciado por ahí, tu llaga tiene un aire dulce y rumoroso de caño de fuente en el bosque, y es perfectamente redonda, como una hostia, como una ofrenda, como la sublime inmolación que realmente es, y tiene los bordes encendidamente rojos, como un signo triunfal, como la esperanza que late en el más bello amanecer.

Bueno, y ya puesto a mirar el mundo ¿Cómo he de decir que lo veo? Puede que sea lo de siempre, los mismos hombres y los mismos paisajes, pero en bonito, como cribado por una guía turística. Con todo, eso es lo de menos; lo importante es la varita mágica que ha transverberado el giro de las ideas y las relaciones de las criaturas. Se toma un hombre cualquiera, un harapiento, por ejemplo, y hasta en su ropa gastada hay un no se qué de piedra filosofal, de filón de oro. Todos, todos, hasta los que piden limosna, son ricos, inmensamente millonarios. Además, aunque haga frío o calor, por dentro viven en primavera, como unos árboles repletos de frutos que ya pintan. Ni que decir tiene que es Tu cosecha, esa siembra de Ti mismo que hiciste una tarde desde un repecho de Judea.

Luego viene ese otro clima de domingo y de misa. Lo que se ve es un mundo como en vilo y, como lo estamos viendo desde una ventana redonda, se nota enseguida la verdad del ofertorio tuyo con los hombres, esa sensación de un cielo con peldaños por el que suben todos dándole el brazo a un hermano mayor. Señor, yo he visto en mi pueblo cuando arrancan los tocones de los olivos. Tiran con furia, sin andarse con chiquitas, y diría que también he escuchado a la vez el gemido alucinante del suelo que se desgarra. Ser generosos cuesta, duele y hasta deja un vacío; pero ese dolor es el martirio santo de todas las redenciones y ese hueco es la venturosa nostalgia y la succión que da cuenta de la inminencia de tu llegada.

Manirroto mío, loquito despilfarrador, yo quiero vivir también tu alergia a los bancos; ser lo mismo de dilapidador del corazón que Tú; parecido a esa criatura que se arranca las ilusiones y los deseos, los sube hasta lo alto para que el Padre los acepte sonriendo y luego deja que se derramen por las palmas para que se siembren y germinen bajo los pies de los hombres.
Beato Manuel Lozano Garrido, 01/08/2010